jueves, 31 de marzo de 2011

Reincidencia

Derramé mis últimas lágrimas sabiendo que no voy a reincidir, y aunque sea la única certeza que tengo en este momento, es la más últil. Me llegaron las ganas de sacarle jugo a la novedad, me llegaron las ganas de los colores vivos, el aire libre, la libertad. Por eso, no pienso reincidir.
Que aparezcan y desaparezcan los fantasmas que quieran a mi alrededor, sé que sólo existen si les presto atención y tampoco tengo ganas de hacerlo.
Voy a obviar a los que piensan quemar los restos de mí, los que rien a mis espaldas, los que hablan, los cobardes, los histéricos, los mediocres, los acorazados, que hablen. Voy a demoler sin piedad las paredes de los edificios construidos sobre los cimientos de la enfermedad y la obseción y que se acabe el capricho en bano. Voy a apuñalar al engaño en todas sus formas, voy a dejar de dejarme engañar, voy a acribillar tu conciencia hasta que sangre.
Vas a tener la certeza de quién es peor, de quién juega más sucio (o más limpio, depende de quién lo mire), por fin van a derrapar con sangre y violencia voy a socavar profundo en su inconsciencia.
Terminarán por darse cuenta: resurjo como el ave fénix, y lo que, suponen, son mis restos, es de donde nazco. Porque ahí donde ustedes escupieron yo encontré la forma de hacerme fuerte y volver. Porque volver es lo importante y no volver a volver, sino volver para irme y dejar las cosas muy en claro. No voy a reincidir, porque esa es mi forma de destruir.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Apartado a libre albedrío

Porque aún quedan retazos de este otoño que llega para irse, y la angustia de esta gente que lleva un ocaso en su frente y se llena de presión al no saber a dónde puede llegar a ir tanta radioactividad. Porque nos dejan las hojas sus marrones y ocres y nada se puede hacer para que los árboles dejen de llover y para que este firmamento se limpie un poco y lime sus asperezas con la madre naturaleza, que es, en efecto, la madre primera. Porque nadie sabe a dónde se va y a dónde se llega con tanta corrida y ya no sabemos si podremos seguir paseando por florida, aunque nunca le hayamos prestado demasiada atención a ese lugar. Aunque prefiramos mil veces plaza francia, y terminemos por preguntarnos por qué Plaza Francia y no Parque Lezama, y porque en definitiva ambos son los ejes de una juventud, y porque nos guían a la brisa eterna de la libertad que se acaba cuando llega el preludio de la burguesía, las patas de gallo y las arrugas a la frente, y vemos que en frente sólo se juntan hojas, pero no aquellas que pateabamos saltando charcos, no aquellas marrones ni aquellas ocres. Se nos juntan hojas de una luz infinita, blanca, para muchos ininteligibles, inenarrables. Y así empezamos a cambiar la inconstancia por constancia, y no recordamos cuales son las cosas más cotidianas, pero sí nos acordamos de aquel Parque Lezama, de Plaza Francia, de tardes babilónicas o extremadamente idealistas o hasta quizás con un tinte amarillento y hepatítico, porque así son los recuerdos: fotos amarillentas y borrosas. Entonces las patas de gallo se acentúan y las arrugas en la frente dibujan pentagramas que hacen olas o mares y los lentes ya no nos alcanzan para cubrir tanta ceguera, entonces llega la puesta del sol y el principio del invierno que dura una eternidad.

lunes, 21 de marzo de 2011

Sueño del suicidio. Parte II: Carta

...A todo aquel que desee saberlo, si es que a alguien todavía le importa, voy a ahorrarles un trabajo y darles los motivos por los cuales he decidido dejar de respirar:
Estoy segura de que a nadie le importé realmente demasiado. Mi vida fue un simple tránsito de un lado a otro como un fantasma, sin llamar nunca la atención, sin darle a nadie un motivo para pensar siquiera un instante en mi.
Nunca sobresalí en nada: me limité toda mi vida a ser mediocre y a creerme un poco más de lo que era -sin fundamento alguno- solamente para levantar un poco mi autoestima, ya que a mis cortos dieciocho años me di cuenta de que si yo no me halagaba a mi misma, si yo no me quería un poco, nadie lo iba a hacer. Nadie se iba a tomar ese trabajo.
Fui sumamente insegura. No creí jamás tener coraje para hacer nada de lo que debería haber hecho -como no dejarme pasar por arriba por cualquier ser humano, por ejemplo- . Para lo único que no fui cobarde fue para hacer lo que está ante sus ojos, lo que los tiene atónitos, y sé que no están atónitos por mi pérdida, sino porque no pueden entender cómo una persona tan cobarde logró hacer algo así.
A las personas que creen haberse interesado en mi, les digo: no se engañen. Ni siquiera las que parecían adorarme con su vida estaban, al final de cuentas, tan preocupados como querían simular. En realidad, estaban simplemente obsesionados. Sobre todo vos, Nicolás. Vos que amabas ese papel de sobreprotector, que me llenabe v
as de miedos e inseguridades cuando sabías que estaba bien, pero que cuando estaba mal simplemente era más fácil desaparecer, no darse cuenta. Yo te oy a hacer una pregunta, aunque ya no tenga sentido para mí, porque es una pregunta que ya no tiene respuesta, que nadie llegó a contestarme y ahora no hay nada que hacer: Nicolás, ¿Qué tan preocupado estabas por mi, cuando hice esto?

domingo, 20 de marzo de 2011

Sueño de suicidio (Nicolás) Parte I

Me desperté con la certeza de que Cecilia se esfuerza en darme todo y yo nada. Le pido más de lo que puede procesar, la sobre exijo. Un día apareció en mi vida con una cajita que contenía todo lo que yo necesitaba y simplemente dijo 'esto es para vos. De mi, para vos'. Y yo soy tan cruel, que sin quererlo, la usé. Pero lo peor de todo, es que ella se dejó usar, pensando que en algún momento me iba a dar cuenta de lo importante que es en mi vida, y me iba a tomar las cosas un poco más en serio. El punto es que ahora que me doy cuenta, no sé que hacer.
Y todo esto me lo puse a pensar, porque es evidente que en mi inconsciente ya se está debatiendo esa idea, ya siento la culpa de estar haciéndole mal a alguien. Anoche, soñé que Cecilia se suicidaba, con detalles, muchos detalles. Sin saberlo, en todo el tiempo que la usé, aprendí mucho de ella, la conocí mucho más de lo que me imaginé, y eso se imprimió en alguna parte de mi cerebro que ahora está queriendo comunicármelo de alguna manera.
El sueño empezaba conmigo, como en una película, es decir, yo me podía ver a mi mismo, entrando en el departamento de Cecilia. Creí escuchar una voz, pero, sin embargo la casa parecía vacía. No había ningún movimiento salvo el mío, andando sobre las sombras. La casa estaba a oscuras. De un momento para otro, todas las puertas y los cajones de la habitación en la que me encontraba estaban abiertos. Cecilia no aparecía. Escuché otras voces, no las reconocí, tampoco asociaba los sonidos a palabras: lo que decían era inteligible. Seguí avanzando y vi la puerta de una habitación que no reconocía. Giré el picaporte, entré en la pieza y quedé desconcertado con lo que vi. Cecilia estaba tirada en el piso, no había sangre, no había indicios de nada, podría estar dormida o desmayada, pero sabía que estaba muerta, aunque no sabía muy bien porqué, supongo que son las certezas que uno tiene sólo en los sueños.
Avanzé hacia ella, le besé la frente. De repente, solo hay un espacio en negro. Cuando vuelve a aparecer una imagen, vi que a escasos centímetros del cuerpo ya sin vida de Cecilia, había varios papeles escritos. Los agarré y los leí...

viernes, 11 de marzo de 2011

Pesadilla

Cecilia solía tener sueños intensos: esa noche, había soñado que conocía a un simpático personaje en un kiosco frente a una playa. Por la tarde, iban juntos a caminar a la orilla del mar y durante el día barrenaban sobre olas turquesas que salpicaban su cara. Todo era claro, celeste y rubio. La ropa de los personajes siempre era blanca. La gente era amable y los días eran extensos y soleados.
Pero siempre había que despertar, y la realidad, desafortunadamente, era todavía más intensa que los sueños. La transpiración fría corría por su nuca y sus brazos, las paredes de su pequeño cuarto parecían achicarse todo el tiempo. Todo era gris, opaco, lúgubre. De pronto, sentía un calor intenso en su estómago: sabía que alguien iba a abrir la puerta, estaba segura y sin embargo, nada se movía... ni siquiera había ruidos.
A veces le costaba reconocer su habitación. Sentía que no estaba en el lugar correcto. Sentía que todo estaba mal y que se iba poniendo cada vez peor, como en las peliculas de terror. Pero el único indicio que tenía de todo esto, era su palpitar cada vez más veloz.
Cuando pensaba en Nicolás, en su liviandad y su ausencia, le daban ataques de ira. Se ahogaba entre tormentas que salían de sus ojos y no la dejaban respirar, el corazón le apretaba el pecho, sentía los brazos cansados, el cerebro trabajando más rápido que su cuerpo, la transpiración fría, los ojos cegados por el enojo.
El vacío en su alma era tan grande, que nada podía taparlo. Todo era enojo y falta de interés. Y en cuanto al resto del universo, nada sentía por nadie. O eso creía. El resto del mundo a Cecilia le resultaba indiferente. Tenía que terminar con la pena para terminar con esa sensación. Por lo tanto, debía destruir la cobardía, la ausencia, la inseguridad, los laberintos. En definitiva, debía destruir a Nicolás, aunque no tenía muy claro lo que esto significaba.

lunes, 7 de marzo de 2011

Incertidumbres para Nicolás


Y, ¿Quién dice? Quizás esto sea solo un vaivén de palabrería, un sueño materializado en una simbología volátil, un carrusel en el que suenan tristes melodías compuestas por la melancolía. Quizás sólo sea una forma poética, mágica, lírica, disimulada de ponerle fin a una verdad. O quizás sea simplemente una puerta abierta, una puerta entornada que nunca ninguno se atreverá a cerrar.
Lo seguro es que mi soledad y tu inseguridad nunca se llevaron bien. Y mi ilusión es tan entrometida que generalmente está en lugares donde se supone que la llamaron pero en realidad, ese supuesto llamado, fue un simple espejismo creado por la angustia y el vacío de la soledad, y nada más que eso.
Quizás simplemente nunca encuentre una respuesta a todos los interrogantes que te dispusiste a plantar, minuciosamente, en el camino que hoy estoy yo transitando; o quizás soy yo la que no para de introducirte en mis mejores pesadillas o peores sueños hermosos. Entonces quizás mi sonrisa sea el peor de tus insomnios y el sol en mi rostro sea la el punto exacto donde se cruzan la lujuria y la ternura, el deseo y el amor, la razón y la locura.
Quizás esas tardes nunca vuelvan, entonces quizás los edificios empiecen a difuminarse hasta que por fin desaparezcan y, así, yo quedaré enterrada en la eternidad sin la postal que había deseado en un ocaso simplón.
Quizás deba arrancarme el rol de protagonista y esconderme en la oscuridad de las bambalinas, siguiendo sigilosa los actos sobre el escenario. Y esperar en las sombras a que alguien vuelva a elegirme para un papel principal. O quizás lo mío sea ser una simple extra y mi brillo se luzca en la mediocridad.
Quizás me desplome en el vuelo; quizás no vuelva jamás a saber nada de vos; quizás este sea el punto final o tal vez el punto de partida; quizás esta sea la puerta al infierno otra vez.
Quizá vos seas Orfeo, el más grande de los músicos y yo sea Eurídise y quizás ya nunca me puedas rescatar de la oscuridad del averno en el que me encuentro; quizás tu error fue simplemente mirar atrás, y, así, jamás volver a encontrarme en tu reino o quizás, simplemente nos atrae escondernos en el anonimato.
El punto es que no se el punto de esta correspondencia, pero de lo que estoy segura es que todavía tengo palabras a estrenar.

Cecilia.

miércoles, 2 de marzo de 2011

palabras en la boca.

Hacía días que Cecilia estaba apagada, parecía sentir que su vida era una constante. Yo creo que simplemente se estaba acostumbrando a mantenerse en movimiento. Pero bueno, la linealidad a veces nos lleva a sentir vacíos, aunque nos mantengamos ocupados.
-En realidad estoy bastante cansada -dijo llevándose el mate a la boca-. Es que, en realidad siento que tengo muchas ganas de sentir un montón de cosas, pero no puedo, no hay nadie. No sé qué carajo hacer con todo lo que me pasa, no se cómo canalizarlo, ¿Me explico?
-Si, Ceci, te explicás. Pero, tenés que entender que estás canalizando las cosas. Pensá hace unos años lo que hacías cuando estabas así: te tirabas a dormir y no salías de tu pieza por tres días o más. No querías hablar con nadie, estabas sola.
-Bueno, pero ahora no es mucho mejor, Chino. No sé. No entiendo demasiado. Por momentos creo sentirme un poco aliviada... aunque en realidad no sé si es alivio o una especie de anestesia. Y siento que vivo así, flotando entre cosas que me pasan para no pensar.
- Ahí es donde te equivocás. No es que vivís flotando entre 'cosas', Cecilia: ¡Tenés proyectos! Tenés ocupaciónes y responsabilidades. Y cuando realmente tenga que pasar algo, va a pasar. No te preocupes por eso. Pero mientras tanto, vos tenés que tener tu vida. Los proyectos son lo que nos separan de la muerte, Ceci. Alguien que no tiene proyectos, lo único que tiene seguro es que va a morir.
Cecilia se quedó pensando, fumando sola en su casa. Yo me tomé el 166 y volví. En algún momento tiene que reflexionar, y yo también tengo mis responsabilidades. No sería de buen amigo estarle encima todo el tiempo. Cada uno tiene que hacer su proceso, a su tiempo y a su forma. Y es algo que no puedo hacer por ella.

Cecilia se quedó fumando en la soledad de su casa. No resistió, quiso ponerse límites pero no pudo. Fue a la mesa del comedor, donde estaba ubicado el teléfono. Lo levantó y llamó a Nicolás.
- Hola. ¿Nico?
- Si, ¿Quién habla?
- Ceci...
- ¡Ah! Ceci... ¿Qué pasó?
- No, nada en particular. Quería saber cómo estabas... y... si podés charlar un rato.
- Eh, si. Supongo que no hay problema. Yo estoy bien, ¿Vos?
- Bien. Bah, eso creo. No se. ¿Te acordás cuando te llamaba y pasabamos horas hablando de cualquier cosa?
- Si, no podría olvidarme. No sé cómo hacíamos, pero siempre teníamos un tema de conversación fresco. No existían los silencios incómodos entre nosotros.
- Bueno, creo que nunca existieron. O por lo menos, para mí.
- No, es verdad... Me gusta hablar con vos y, sin embargo, ultimamente me da la sensación de que algo está mal, cuando hablamos.
- Si, bueno. Puede ser. Tengo que colgar ahora. Después hablamos.

Le había pasado lo mismo de siempre. El océano estallando en olas desde su alma no la dejaba terminar de hablar y su orgullo no iba la iba a dejar quebrarse justo cuando hablaba con Nicolás. Eso la hizo cortar violentamente, sin dar explicaciones. Sin embargo, tenía tanto que decir.