lunes, 24 de enero de 2011

Cuarto oscuro

Tengo una enfermedad terminal. Es como una luz que prende y apaga. A veces, la luz se apaga y el dolor parece cesar, pero generalmente la luz está prendida y no es fácil abstraerse, porque duele, duele todo y mucho. Los días que más duele son los lunes, no se si hay una razón médica o psicológica, simplemente se siente más el cansancio: cansancio de lunes y de madre. Si, mi madre no suele saber hacer las cosas más amenas, por eso cansa, por eso duele más.
En Tilcara, estando en el Pucará o en Purmamarca, caminando por el cerro de los siete colores o simplemente mirando el cielo de Humahuaca, la luz parecía apagarse y calmaba el dolor. Pero la ciudad hace que la luz vuelva a prenderse.
Una madrugada, luego de varias discusiones con Fernando sobre cuestiones cotidianas, me encontré en el baño sacando lo peor de mi en el bidet. Me desperté gracias a un desfibrilador en una ambulancia camino al Argerich.
Fernando es un tipo centrado pero extremo: es frío o caliente, es blanco o es negro. Y sin embargo, maneja todo con una liviandad envidiable, con una seguridad admirable, parece que levitara. Todo esto es independiente de su humor, pero ese es un capitulo a parte.
Volviendo a mi, la luz parece estar apagada frente a las montañas y los colores. El dolor es muy débil, y me hace pensar que quizá este sea el lugar, que quizá sea el momento adecuado, quizá deba definir la jugada y por fin apagar la luz.