domingo, 31 de julio de 2011

Serías

Y si no dependieras de toda esa burocracia sentimental para todo serías...

martes, 26 de julio de 2011

Violencia existencial

Cuánto tiempo, y tan poco a la vez. Como si la vida pasara entre colectivos del proletariado eterno e insistente. Como si nada fuera, en definitiva, demasiado real. Como si no hubiese diferencia entre estar vivo y muerto, nuestra carne está podrida de ante mano y nuestra mente se conservará de todas formas, si es lo que buscamos. Cuanta realidad inconclusa, cuanta corazonada al raz de la razón. Y sin embargo, vas girando al infinito, sin nada tan seguro como el constante dolor que es la alerta de que estamos vivos, al fin. Y la realidad se pierde entre la entropía y el calor. Y no es un sueño, es una realidad. Se marca más a fondo la línea de la verdad y la terrible algarabía de la inconstancia del humano.Sentirás la música y la calma meciéndote mansamente, sentirás la suave brisa de otoño, la luz del sol colándose por las rendijas de la persiana a medio cerrar o a medio abrir, todo depende de cómo se vea el vaso. Te transportarás mecido y sin apuros ni violencias. Y entenderás que todo corre como simples impulsos eléctricos, fragmentos de canciones, diálogos de viejas películas, pequeños cortos en la vida, que son, efectivamente, tiempo. Tiempo que no es nada, que te zambuye en el océano de las memorias, las risas y los llantos, los impulsos, pequeños y rápidos recuerdos como rayos partiéndote a la mitad. , la nostalgia de no saber qué más pasó. El intento de todo el tiempo estar corriendo sin rumbo, sin cabeza, sin brújula, sin sol ni estrellas. El lamento de la inutilidad del hombre ante algo tan inmenso como la nada. . La traición como emblema.


Le tiró algo por la cabeza, quizás le pegó, o la persiguió con un cuchillo. Le dirigió repetidas amenazas de todo tipo. Y sin embargo, nunca pudo saber si sentía algo. Ni una seña. Ni un movimiento. Le demostró amor, comprensión, compañerismo. Y jamás hizo un gesto siquiera de satisfacción. Lloró mares, se autoflageló frente a sus ojos, destrozó su alma, bajó los brazos, se humilló una y mil veces. Destrozó de dos tragos botellas enteras de licor. Y no consiguió nada, ni un parpadeo, ni un movimiento en sus manos, ni en sus pies. Fue entonces cuando algo le hizo hilar más fino, ir más profundo, llegar más lejos. Se acercó para ver a través de sus ojos y no vio su reflejo, no encontró sus facciones, sino una figura deforme un cuerpo que no era el que él conocía, una mente desgastada, ojos sin color. Y ella no tenía alma, no tenía vida, no era nada. Salió del encierro que había sido testigo de la muerte, y caminó hasta que cayó la noche. No consiguió que lo dejen entrar en ningún albergue: estaba demasiado deformado, su cuerpo parecía haberse caído dentro de una caldera de agua hirviendo. Entonces durmió en una plaza, pensando que ya nada puede hacerse, que no vale la pena siquiera preocuparse porque el existencialismo es así. Y la nada no puede ser más terrible que la nada misma y todo lo que eso implica.